La recién llegada

Cuentan que las apariencias engañan…

Si os hablo de una mujer hermosa, delicada, que al hablar lo hace con palabras educadas y un tono suave, ¿podríais imaginarla como un ser inquietante y oscuro?

Ella, tan venerada entre los amantes del ballet, que su sola presencia bastaba para llenar los auditorios de cualquier país del mundo.

Ella, que incluso había salido de su escenario habitual para acabar en un plató de cine, protagonizando una película biográfica sobre Anna Pavlova, y que como era de prever fue un éxito de crítica y público.

Ella, que sobresalía entre multitudes, por su elegancia y belleza, acababa de llegar a mi ciudad. ¡Era la gran noticia que aparecía en la primera plana de los diarios locales!.

Y yo, ignorante, como antes otros muchos, iba a cruzarme en su camino.

Mi aburrida vida pronto perdería la monotonía característica de días interminables, entre oficina, comidas a base de sandwiches fríos o caminatas apresuradas hacia el metro, bajo las cansinas lluvias que parecían interminables.

Sólo me salvaba del hastío el poder asistir a obras de teatro, musicales, y todo tipo de espectáculos en directo, que inyectasen una dosis de energía en mi anodina existencia.

Intuía que bajo la primera capa de oficinista competente, permanecía enterrado un artista frustrado.

Pero el día que compré la entrada para verla actuar, en realidad cogí un boleto hacia la muerte.

No puedo decir que fuera la primera vez que la veía, porque la admiraba desde que empezó a brillar en su carrera, pero sabiéndola tan próxima, viéndola en carne y hueso, con su manera de bailar tan magistral, quedé absolutamente impresionado.

Sentí la necesidad de llamarla, y como si fuera la caricatura del tipo que yo conocía, de forma absurda, en completo silencio, repetí su nombre.

Y algo ocurrió. Debíamos ser varios cientos de personas, y yo, sentado en la séptima fila, me consideraba invisible; una cabeza más entre las muchas que debían verse desde el escenario.

Una aguja en un pajar, aunque no para quién no es de este mundo.
Porque ella me eligió.

Sí, lo sé, suena ridículo, pero no me he vuelto loco. Y todo lo que ocurrió a continuación lo corrobora. No sólo me miró una vez, fueron varias, y podía sentir en mi mente esa voz suave, característica, con su acento extranjero y el tono susurrante, que me hablaba como si estuviéramos a solas; no en un auditorio repleto mientras ella danzaba sobre el escenario.

Casi establecí un diálogo interno para advertirme que eso no tenía sentido, pero me ignoré, porque su voz prevalecía por encima de la mía. Me pidió que cuando terminara la actuación, la esperase, y así lo hice.

Estuve de pie, más de una hora; en una fría esquina desde la que divisaba la salida del auditorio, refugiado bajo el paraguas, pero conformándome con escuchar lo que nadie oía.

Su voz me rogaba unos minutos más de paciencia…

Cuando apareció, agradecí haber confiado, sin cuestionarme nada sobre aquella extraña situación. Tan sólo la seguí, dócil como lo sería un perro con su amo.

Y ahora, aquí, tumbado en este sofá, veo como se acerca hacia mi cuello y sé que no quiere besarme. Quiere hasta mi último aliento, va a robarme la vida que corre por mis venas, pero no me importa…

De forma sorprendente, se detiene, lo piensa, esquiva mi garganta y se aparta, poniéndose en pie.
Sonríe casi como si disfrutara al mostrarme la dentadura perfecta. Me dice, divertida ante mi asombro, que respeta a los hombres con alma de artista, como yo, y empieza a contarme los detalles de su próximo espectáculo, mientras yo ignoro cómo acabará la noche…

Espero que os haya gustado esta pequeña historia, muy de mes de octubre, otoñal, oscura.

Porque en este tiempo, tan de calabazas pre-Halloween, un poco de misterio creo que sienta bien.

Fotografías. Imagen 1 Free Photos – Imagen 2 Pexels – Imagen 3 PublicDomainPictures – Imagen 4 David Mark – Imagen 5 Nachrichten_muc – Imagen 6 Anastasia Gepp – Imagen 7 Pexels – todo a través de Pixabay.

¡Hasta el próximo Post!

Elena Tur

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