La bibliotecaria

«Casi nadie lee. No lo entiendo, pero es así. Abrí esta biblioteca hace dos años, convencido de que al compartir mi colección privada con el pueblo, la gente se animaría a leer. Que vendrían aunque fuera por curiosidad, pero apenas hay un par de socios, que por cierto ni siquiera han devuelto los libros que se llevaron…»

La mujer le miraba comprensiva y entendía su preocupación, pero nunca daba batallas por perdidas.

Toda su vida había sido bibliotecaria y aunque parecía muy joven no lo era tanto. Ese era su secreto porque tras un joven rostro se escondía alguien con muchos años de bagaje a la espalda. Había viajado por todo el mundo, ocupándose de bibliotecas moribundas sin apenas visitantes. En el momento oportuno hacía su aparición salvadora y aprovechaba una vacante, un aviso de cierre para darle la vuelta a la situación. Igual que en ese caso..

  • El reto no la asustaba y a sabiendas de que casi no hacía falta pedirlo porque el puesto era suyo, le dijo «déjeme intentarlo».

El hombre afirmó con la cabeza, dándole carta blanca para tomar decisiones. Con eso bastaba. La localidad era pequeña, no más de quinientos vecinos, así que no creía que fuera especialmente difícil. Al lugar no le faltaba encanto, y tenía buena conexión con los pueblos de alrededor. Había un hotel, varios restaurantes, cafeterías, en suma, era un pueblo con vitalidad, así que no podía ser que la biblioteca tuviera menos ambiente que el cementerio.

Uno de los mayores puntos de actividad era un gran parque junto a una amplia zona arbolada.

Como si se tratara de un Central Park a pequeña escala, allí se congregaba el público más diverso. Desde padres con sus retoños a parejas tumbadas en la hierba; runners en su carrera diaria o abuelos tomando el sol mientras charlaban en los bancos…

Y allí se fue con sus bártulos. Se colocó su mejor vestido, cual princesa, y descargó de su coche lo necesario para armar un precioso bodegón. No era la primera vez que hacía algo así, llamar la atención expresamente de una forma extravagante. Siempre daba resultado.

  • Quizás al principio la tildasen de loca, pero ¿qué mejor que pintar de locura lo que hasta entonces creían ligado al aburrimiento?

Una mesa, un par de sillas, flores, libros, fruta y otros artilugios que cumplían con la estética. Al principio se limitó a leer ignorando al resto de la gente, pero no tardó mucho en ser el centro de las miradas de padres, niños, abuelos y novios que andaban cerca.

Entonces pasó al ataque, o mejor dicho, a la conquista, mostrándoles algunos de los magníficos libros que llevaba. Invitaba a un poco de fruta a quien le apetecía, regaló algunas flores a las mamás que, de la mano de sus niños, curioseaban entre las páginas de aquellos ejemplares. Y pudo presentarse como la nueva bibliotecaria.

  • «Haced correr la voz. Tengo un libro especial para cada uno de vosotros. No tenéis que pagar nada, tan sólo venid a verme a partir de mañana y os ayudaré a encontrarlo»

La táctica surtió efecto y al día siguiente al llegar a la biblioteca, varias personas la esperaban en la puerta. Caras familiares del día anterior, expectantes por ver cuál sería la nueva política de la sala de la mano de una persona tan original.

Ella muy amable fue abriéndoles ficha uno a uno, advirtiéndoles que sólo había una norma, cuidar el libro para devolverlo en perfecto estado. También les explicó que allí todo era un poco diferente, porque aunque eran libres de elegir entre los libros de las estanterías, lo que quería era recomendarles algo que despertara el interés y sobretodo, que leyesen hasta el final.

Les invitó a sentarse en una de las mesas y tras intercambiar unas cuantas frases con cada uno de ellos, averiguó los temas que más les interesaban. Antes de comenzar «su selección» abrió una caja metálica llena de galletas y las colocó en un plato sobre la mesa.

«Sé que esto no es convencional… comer aquí no está permitido, pero esta biblioteca es diferente al resto. Este será nuestro secreto. Probad una de estas deliciosas galletas, mientras voy a buscar vuestros libros».

Unos minutos más tarde, regresaba con varios tomos en las manos y les explicaba a cada uno lo que le traía, contándole una breve introducción de lo que podrían leer. Un poco de misterio para combatir el aburrimiento para Miranda; una novela bélica basada en una historia real, para Arturo, militar retirado; un relato de seducción en un mundo elegante para Angela, soñadora empedernida; un libro sobre trenes de diferentes lugares del mundo, en el que se mostraba los paisajes que recorrían, era perfecto para María, apasionada de los viajes… No se trataba de elegir porque sí, si no de acertar, porque cada libro con su argumento y la personalidad de su autor estaba destinado a un tipo de lector.

Su misión era encontrar a la persona correcta para cada obra, porque siempre la había

Su forma tan peculiar de ofrecer literatura, acompañada de una sonrisa y sabiendo escuchar, era el secreto para intuir lo que necesitaba cada lector, y dárselo para que buceara en una nueva vida a través de una historia. Eso siempre terminaba surtiendo su efecto.

  • Al final, la biblioteca se convirtió en un lugar frecuentado y sus visitantes disfrutaron mejor de la vida con la magia de los libros.

¡Hasta el próximo Post!

Elena Tur

10 comentarios en «La bibliotecaria»

  1. Bonita historia. Los que somos aficionados a la lectura entendemos perfectamente lo que es caer atrapado por un buen libro.

  2. A mi me cuesta leer, he de ser sincera, pero ahora quiero saber más de esta bibliotecaria. Me encantaría que las bibliotecas de aquí fueran así. La verdad es que cada vez que te leo me quedo con ganas de más. Sigue así.

    1. Es cierto que cuesta porque todos llevamos una vida super ajetreada, pero también es verdad que a veces viene bien para desconectar un poco. Gracias por tus palabras. 🙂

  3. Cuanta razón tiene esta bibliotecaría!!!! Una buena caja de galletas, atrae a cualquiera….
    Yo soy adicta a visitar bibliotecas, cada vez más de diseño o una antigüedad en su ciudad…todas tienen su encanto.
    Como el que tienes tu en captar nuestra atención, durante unos minutos, cada día!!!

  4. Adoro los libros y las bibliotecas, si son antiguas mejor. Heredé muchos libros de mi madre y los voy descubriendo como tesoros. A ella le encantaba recorrer los mercados donde se vendian libros usados y los compraba con avidez. Hoy uno de mis hijos tiene los mismos síntomas. Parece que su abuela, que no llegó a conocer le transmitió secretamente esa pasión por los libros, si son viejos, mejor. Y yo me siento feliz de compartir con él como lo hacía con mi madre, el amor a los libros.

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