No hace falta haber nacido pirata para ir en busca de tesoros.

Suele ocurrir que lo más valioso es lo que no puede comprarse con dinero, pero en la vorágine de la vida y sus deudas, tal vez no seamos del todo conscientes. Por eso, hoy me pongo el parche en el ojo y el loro en el hombro -que por cierto lo tuve y era precioso-, para escribir sobre alguno de mis tesoros, que los tengo, como polo opuesto de las tristezas, que también.
Primer tesoro. Hablemos de ángeles humanos
Ochenta y seis años; Alzheimer galopante; desdentada porque en un arrebato escondió la dentadura en algún recóndito lugar; con pavor al agua y al jabón sobretodo si están en su cabeza, pero a pesar de tanta desventaja bombardea con sonrisas y halagos a todos los que la rodean. En realidad siempre fue así, pero al igual que una joya de oro, que si la funden cambian de forma pero sigue siendo el mismo metal preciado, ella continúa estando detrás de la cortina del olvido. Sigue queriendo, sigue agradeciendo, sigue viendo cosas allá donde los demás no vemos nada y despierta asombro y sonrisas cuando no tenemos que enfrentarnos al jabón y sus secuelas.



Ella es el sol, el centro de la galaxia, alrededor del que giramos los planetas -su familia-, en un viaje a toda velocidad sin apenas notar que se nos mueve un pelo. El tiempo pasa y el sol pierde fuerza, alumbra algo menos, pero sigue siendo el centro gravitacional sobre el que basamos nuestras vidas.
En ocasiones la sensación es de pérdida porque tanto mirar al sol no nos deja tiempo para otras cosas más simples como vivir de forma improvisada, pero reconozcamos que la misión es importante y que no podemos olvidar que todo pasa, hasta ella, y cuando sea un recuerdo añoraremos su calor.
Segundo tesoro. Permitirme soñar.
Si la realidad es oscura imaginar nos abre una puerta a una vida paralela que quizás algún día ocurra. Da igual de qué se trate, la faceta que falle, puede transformarse con la varita de la imaginación.
Soñar nos permite volar, evadirnos, aspirar, respirar. Es el rincón de nuestra mente en el que nadie puede inmiscuirse ni decirnos cómo, de qué manera o cuándo. Cuando soñamos podemos recrear todo aquello que tendremos o no, pero que al menos durante un rato ocurre en el mundo de la fantasía que debería ser algo que no perdiéramos jamás.



No se receta en pastillas pero tiene un efecto analgésico. Los realistas de pies en el suelo y que olvidaron lo que es andar por ese territorio inexplorado, dirán que eso no sirve para nada, pero una página en blanco sirve para mucho aunque sólo esté en la cabeza de uno, porque imaginar es el primer paso para proyectar lo que queremos y de forma inconsciente, o consciente, hacernos ir a por ello. Claro que no siempre se consiguen realizar los sueños pero eso no lo sabremos hasta que acabe la película…
Yo conozco soñadores que han transformado la visión en realidad y no están locos, tan solo han sido valientes, o constantes, o han tenido suerte, pero lo han conseguido así que no desistamos en imaginar una vida mejor.



Tercer tesoro. El agradecimiento en todas sus variantes.
Al prójimo, a la vida, a uno mismo porque siempre hay algo que viene de otros, o que encuentras de forma casual o te ganas a pulso porque lo vales y en cualquiera de esos casos hay que agradecer lo que uno recibe porque además significa que importa y valoras lo recibido.
En este caso no hay mucho que explicar, pero está claro que agradecer nos hace fijarnos un poco mejor en algo que nos ha sido dado, y lo que sea positivo por nimio que parezca, ha de hacernos un poquito más felices.



Comparto tesoritos 1, 2 y 3.
Me encanta dejar volar mi imaginación y soñar al final del día mi jornada «perfecta», así termino el día con una sonrisa y quedo a la espera del próximo, que siempre pienso que mejorara el anterior.
Bien hecho. 🙂