
La vida que no cesa

Nunca escribí un diario, ni aun gustándome escribir, pero este septiembre me regalé una agenda maravillosa que, de tan bonita, no merecía ser solo recordatorio de médicos y obligaciones. Decidí convertirla en ese diario no escrito, en el que plasmar los sentimientos del día, las anécdotas, penas y glorias por las que transito.
Lo cierto es que, el espacio que corresponde a cada día son apenas 5 ó 6 líneas: con dos minutos me basta; es apenas un flash, una estrella fugaz de letras que, supuestamente, puedo escribir en cualquier momento, pero ¡oh sorpresa!, de repente la abro y veo que han pasado cinco días y está vacío y no porque no hayan ocurrido cosas (¿demasiadas?), sino porque no me he acordado ni recordado esos dos minutos a solas, este proyecto bonito de escribir un par de frases que nazcan de mis silencios.
Seguro que también os pasa a vosotr@s, que relegáis mil veces cosas que os importan, porque «hoy no me da tiempo, más tarde, luego quizá, mañana será otro día, cuando esté más descansada…» y así, demasiado a menudo. Hablo de esas cosas pequeñas que pueden tener mil nombres, diferentes para cada persona, y que no corresponden a las tareas «obligadas» sino a los mimos que nuestra alma merece.
¿De qué hablo? Pues de aquello que no te reporta dinero ni es un beneficio para otros, pero que a ti te da paz, te relaja, te conecta con quien eres de verdad. No importa de qué se trate.

La niña que fui y que habita en la mujer que soy, disfruta de aislarse para escribir. Voy a cuidar mejor de esta pequeña que tiene la cabeza llena de fantasía.
¿Conclusión? La vida que no cesa no impide que nosotr@s aprendamos a detenernos, a ignorar durante un rato el reloj y sus prisas, porque la mayoría de las veces lo de hacer importante aquello que en apariencia es banal es una cuestión de merecimiento.
Date cuenta de una vez que, lo que sientes, importa mucho y por tanto, mereces poner todo tu interés en darte lo que necesitas. Y no es egoísmo, se trata de no vivir en plan superviviente, sino aprovechando la suerte de estar vivo.
Lo que os contaba de mi pequeño diario, también me ocurre con este blog al que tengo tanto cariño, porque fue a través de él que comencé a compartir escritos; a través suyo conecto con tant@s de vosotr@s, que me animáis y me contáis, a veces por aquí, a veces por Instagram (otro olvidado) o Facebook (últimamente lo he tenido más activo y casi roza los 5000 seguidores -¡gracias!-).
Quizá cuando me active de verdad, cuando me despierte de este letargo de escritura, comience una novela… quién sabe. Os confieso que hace bastantes años escribí dos para mí, sin pretensiones, como divertimento, sin afán de publicarlas, por lo que solo las he dejado leer a gente muy cercana.
Aun así, estoy convencida que mi «yo escritora» acabara campando a sus anchas en mi vida.
De momento os comparto un capítulo de una de esas novelas que escribí, y ya me contaréis que sensación os da.
FRAGMENTO DEL CAPÍTULO 12 de «Los 5 pétalos de Apetahi»
Miró el portero automático. Era en el cuarto piso. Llamó. Le abrieron mecánicamente, sin preguntar.
Al entrar en la aséptica consulta, la recepcionista la saludó pidiéndole los datos. Después la instó a sentarse. Había otras dos personas, síntoma de que había un poco de retraso. Observó las litografías de arte moderno que daban un aire sofisticado a la sala. Aunque había revistas, prefirió sacar el libro que llevaba en el bolso para distraerse mientras dejaba correr las agujas del reloj. Al cabo de treinta y cinco minutos llegó su turno.
-Sra. Vossen, puede pasar.
Médico y paciente se contemplaron. La impresión que se llevó cada uno del otro, fue muy diferente. Ella vio un hombre maduro, algo mayor que su padre. Sus canas pintaban experiencia a sus espaldas. Su mirada era clara, tras unas pequeñas gafas que llevaba demasiado bajas, casi en la punta de la nariz. Tenía aspecto de bonachón.
Él vio una mujer joven de esas que hacen girar la cabeza a los hombres. No era la típica holandesa. Tenía unos ojos claros magníficos que parecían imantar a quien los miraba por primera vez. Y un cabello oscuro y brillante que acentuaba su palidez. Sus nervios eran palpables. Intuía que no quería estar allí y eso despertó su curiosidad.

-Señorita, siéntese por favor.
La pared tras él mostraba a quienes acudían a esa consulta, sus diplomaturas y masters que no eran pocos. Le vio abrir el que sería su expediente y comenzó a hacer anotaciones a medida que le iba preguntando cosas personales. Primero las básicas, fáciles de responder, hasta que tocó enfrentarse a la verdadera razón de su malestar.
-Y bien, explíqueme el motivo de su visita.
-Verá. Desde la adolescencia, tal vez un poco antes, sufro pesadillas. No cada día, afortunadamente. Incluso a temporadas, han parado pero finalmente regresan. Lo peor no es que me interrumpan el sueño e incluso me causen desvelos. Lo peor para mí, lo que me inquieta y reconozco que me asusta un poco es que siempre es la misma. Parece demasiado real para tratarse solo de un sueño. Lo más curioso es que lo vivo en primera persona pero, al mismo tiempo, siento que es algo que no me pertenece… – agitó la cabeza con la intención de desechar su recuerdo. – La última vez ha sido una semana, por eso decidí venir. Necesito una solución.
-Entiendo. ¿Lo relaciona con algo que haya visto o vivido?
-No.
-¿Puede contármela?
Adrie le explicó lo más detalladamente que pudo las imágenes que la tenían tan alterada. Su descanso parecía una misión de riesgo: nunca sabía si iría bien o mal. Le explicó como la última vez que lo soñó no solamente había sido la historia mil veces repetida de huida, inquietud y dolor, sino que se había añadido una especie de voz en off que le advertía de algún peligro y que ignoraba si le nacía de dentro o era, la de voz de alguien ajeno que intentaba prevenirla de un próximo percance.

-Verá. Es bastante habitual que las pesadillas empiecen en la niñez. Algunas veces el desencadenante puede ser un hecho rutinario, como un cambio de colegio, una enfermedad… al fin y al cabo, no deja de ser una forma en la que nuestro cerebro hace frente a las tensiones. Ahora bien, las pesadillas repetitivas, y más durante tanto tiempo, son más raras. En ocasiones son consecuencia de un shock post-traumático. ¿Recuerda algún suceso que le haya impactado fuertemente?
-No. Mi vida ha sido bastante feliz. No imagino nada que pudiera haberme causado algo así.
-A veces, si algo es lo suficientemente dañino para nuestra mente lo borramos. Forma parte del shock. No pasa siempre, pero puede ocurrir. Pero para ser exactos en realidad no se borra, sólo queda dormido en un lugar del cerebro a la espera de ser revivido por algún detonante. – Adrie comprendía lo que le explicaba, pero no podía asociarlo conscientemente con ningún acontecimiento. Daba por hecho que, si algo terrible le hubiera pasado de niña, sus padres se lo hubieran contado al ser adulta… ¿o no? El médico prosiguió con sus argumentos.
– En cuanto a la simbología del sueño, el cuchillo, la sangre, el dolor… parecen representar una pérdida importante… Necesitaríamos indagar más en profundidad en su infancia. Estoy seguro que allí está la causa, aunque permanece camuflada ante nuestros ojos. Quizás sus padres, podrían ayudarnos a saber más…
-Preferiría no preocuparlos… ¿No puede hacer simplemente que desaparezcan?

-La química puede aplacar síntomas, claro está, pero al final para buscar la cura hay que saber lo que se está tratando. En el caso de la mente, muchas patologías necesitan enfrentarse al problema para superarlo, como ocurre con los miedos. Hay una opción no demasiado convencional: la hipnosis. No suelo practicarla, pero conozco un experto en la materia, es un buen médico que la emplea como ayuda en sus terapias. En este caso podría sernos de ayuda.
– Lo entiendo, pero preferiría ir despacio. Me asusta un poco entrar en ese terreno. No sé qué voy a encontrar…
-Está bien. Empezaremos con un tratamiento ligero. Le recetaré unas pastillas que ayudan a eliminar la ansiedad y dormir mejor. Se las tomará por la noche, después de cenar. Al estar más tranquila, posiblemente los sueños remitan o pierdan intensidad.
Mientras hablaba, él ya estaba extendiendo la receta que Adrie esperaba fuera la solución milagrosa a sus inquietudes.
…
No dejéis de poner fantasía y magia en vuestro día a día. Y cuidaros mucho, que solo se vive una vez -que sepamos-.

Fotografías. Imagen 1 mujer rubia Khusen Rustamov – Imagen 2 ilustración niña Sagemainlol – Video 3 Piyapong89 – Imagen 4 mujer frente fondo oscuro Khusen Rustamov- Imagen 5 mujer durmiendo ImArtist – Imagen 6 mujer ojos cerrados Alexandr Ivanov – Imagen 7 niña sobre caballo Uschi. Todo a través de Pixabay.
Hola Elena. Te sigo y leo cada uno de tus escritos y me deleito en hacerlo.
Tus cuentos, tus relatos, están llenos de emoción, fantasía y magia. Gracias por dejarnos entrar en tu mundo.
Muchas gracias por acompañarme. Creo que hay muchas formas de hacer más emocionante la vida, haciendo cosas, sin duda, pero también a través de la lectura y todo aquello que se invente tu imaginación. ❤️
No hay que olvidarse de uno mismo nunca, estoy de acuerdo. Intrigante capítulo, a ver si sigues compartiendo esta y otras historias.
Seguro que si. 😉
Me siento afortunada de haber sido una de esas personas cercanas y privilegiadas que leyeron tu novela. Me encantó!!! Y siempre gracias por seguir compartiendo tus escritos
Gracias sister! ❤️
Es verdad, no hay mejor aventura que la magia de una buena lectura. Ánimo !!! A ver si pronto leemos más de esta novela… o de otra… 😉
Estoy de acuerdo, crear en tu cabeza el mundo que lees, es toda una aventura… gracias Lina. ❤️