
Habitación con vistas


Su abuela siempre le decía que la vida solía acabar compensando las penas; que era cuestión de esperar y tener fe. Como eslogan no estaba mal, pero cuando dejó atrás la niñez comprobó que los disgustos llegaban fácil y se iban despacio, justo a la inversa que la felicidad.
Sin negar que tuviera cosas aceptables en su vida, como la independencia que le daba su trabajo freelance como fotógrafa, por regla general le pesaban más las carencias que los logros. Se sentía poco atractiva y de carácter algo insulso, insuficiente para compensar lo que ella interpretaba como escasez de belleza.
Por otro lado, su vida en un céntrico apartamento de treinta y cinco metros, le asfixiaba bastante, por lo que en cuanto podía se dedicaba a pasear por pueblos apartados de la Sierra, donde se respiraba una forma de existencia más sabia.
Se deleitaba con lo que encontraba en el camino. Verde y más verde, flores, frutales y casas salteadas aquí y allá, a cierta distancia las unas de las otras, lo suficiente para que sus habitantes pudieran sentirse en comunidad sin perder la privacidad.
Un día, llamó su atención un cartel de «se alquila habitación» en el portón de una casa bastante destartalada.
La fachada, con enormes desconchones en sus paredes, reclamaba a voces una mano de pintura; las persianas y cristaleras de madera agrietada, hacia presagiar un interior igualmente deteriorado. Con ese precedente no resultaba nada apetecible imaginarse la habitación en alquiler.
Pero había que reconocer que, impresión aparte, el jardín que bordeaba la propiedad era bastante bonito; en contraste, perfectamente cuidado, sin malas hierbas, con rosales y hermosos macizos de flores que hablaban de abonos y mimos. Era evidente que quien vivía allí no tenía dinero para reformas pero si unas magníficas manos para la jardinería.
Sorprendida de sí misma, se descubrió llamando al timbre.
Cuando comenzaba a pensar que no había nadie, una mujer de mediana edad salió a abrirle. Tras interesarse por la habitación y las condiciones, amablemente la invitó a pasar. No podía dar crédito a lo que veían sus ojos.
La casa, de pintura desgastada y persianas medio raídas, lucía espléndida en su interior. Todo limpio y bien pintado, muebles en buen estado, bonitos detalles en su justa proporción, le daban aspecto de hogar a todas las estancias.
La habitación que se ofrecía mantenía la misma línea e incluso tenía baño propio. Por si aquello no resultara bastante tentador, el precio no llegaba ni la mitad de lo que pagaba por su minúsculo apartamento con vistas a ¡nada!.
Vivir allí sería un sueño.
Era la casa «casi» perfecta, la que imaginariamente buscaba en su tiempo libre cuando salía en busca de aire puro que respirar.
No cabía duda que la propietaria tenía buen gusto, por eso llamaba la atención el abandono que reflejaba el exterior. Como si se tratara de casas distintas.
Se pudo imaginar viviendo allí, rodeada de naturaleza. Despertando cada día entre sábanas blancas, dispuesta a empezar su propia aventura.

«Debe hacer poco tiempo que la tiene en alquiler; he tenido suerte al encontrarla».
La mujer sonrió y le explicó que llevaba más de un año en realidad. Quería sacar algún beneficio a la casa, demasiado grande para ella sola, pero tampoco la quería compartir con cualquiera. Buscaba alguien especial que supiera ver más allá de lo evidente.
Quien a pesar de la deteriorada fachada supiera adivinar la belleza que escondía, sería digno de vivir allí.
Ese comentario le hizo identificarse con la casa. Comprendió lo absurdo de sus dudas frente al espejo. Podía no ser la más guapa pero estaba llena de cualidades que debía empezar a valorar.
Su abuela y las compensaciones, le vinieron a la cabeza. Y se lanzó.
Así fue como cambió de vida y de mentalidad. Viviendo en la casa de sus sueños a bajo coste, compartida con una señora adorable que le permitía disfrutarla con total libertad. Además, gracias a los ingresos extras del alquiler, con el transcurrir del tiempo fue haciéndole reformas que lograron que esa belleza también saltara a la vista.
La casa, como ella misma, comenzó a despertar admiración.
Pudo comprobar como las palabras que oyó tantas veces siendo niña tenían sentido. Sí, las compensaciones tardaban y no eran eternas, pero cuando llegaban había que disfrutarlas al máximo.

¡Hasta el próximo Post!

Una maravilla!
Gracias Marta!! 🙂
Me ha encantado!
Escrito con esa delicadeza que te caracteriza
Muchas gracias Paqui. Besos!
¡¡Maravillosa!!!❤️
Gracias sister
Me ha encantado!! Como siempre con tu excelente narrativa nos llevas de la mano por tus paisajes y haces que disfrutemos viviendolo todo en primera persona.
Gracias sister!
Precioso relato. Ya espermos el siguiente……
Gracias!! 🙂
Este don de saber ver dentro de las cosas o dentro del alma, no lo tiene cualquiera, Tú, querida amiga, sí, indudablemente.
Gracias María. No sé si veo dentro pero desde luego lo intento. Abrazo!
Cuanta razón!!!