
Enamorarse

Está claro que desde que se nos despiertan los instintos, allá por la adolescencia, todos buscamos a nuestra media naranja. Una ardua tarea porque por regla general se precisan muchos intentos fallidos hasta encontrar a la pareja que creemos será la definitiva.

Pero seamos realistas, no son todos los casos. Es un pequeño tanto por cierto afortunado el que lo logra, porque el resto sigue haciendo intentos o bien desiste de intentarlo. Basta con echar una mirada a nuestro alrededor para comprobarlo.
Pero no es de ese, del tipo de amor que os quería hablar. Encontrar a la persona idónea puede ser complicado, pero lo más triste es que depositemos tanta energía en ello, olvidando que la casa no puede comenzarse por el tejado.

Sería fantástico que no tuviéramos que basar nuestra valía en la mirada de los otros. Que supiéramos que todos valemos por igual como seres humanos, cada uno con sus cualidades y defectos. Esta frase sonará a eslogan publicitario pero es una verdad que no se lleva a la práctica, y se nos juzga en base a nuestro atractivo o al éxito que tengamos en nuestra vidas.
La sociedad como ente abstracto, se mueve entre ideales muchas veces inalcanzables y eso hace que al mirarnos al espejo lo hagamos con un duro rasero y nos focalicemos principalmente en lo negativo. Por eso pienso que la base de toda felicidad empieza por enamorarse de uno mismo.

Querámonos mejor para poner el listón un poco más alto. Para entender que quien esté a nuestro lado es afortunado.
No hay que aceptar cualquier situación por unas migajas de cariño. Al fin y al cabo, somos la única persona que con seguridad nos acompañará hasta el final. Así que olvidemos las obsesiones de la perfección o la juventud y aprendamos a querernos bien. Que está genial cuidarse, ojo, pero la belleza no tiene porque estar reñida con unas arrugas u otro defecto que creamos tener. Y que sí estamos solos, puede ser temporal o no, pero no tiene porque significar ser infeliz.

Algo curioso es que a veces, cuando se sobrepasa la barrera de los cuarenta y vas aprendiendo la lección del amor propio, recuerdas que con veinte estabas genial y ¡ni siquiera lo sabías!. La mirada crítica ponía bajo la lupa los defectos que veíamos inmensos y que ahora nos parecen majaderías.
Puede que añoremos cosas de antaño que no volverán, pero en realidad, tampoco hace mucha falta. Lo fundamental es descubrir todo lo positivo que tenemos; saber que cuando te miran no te están juzgando, sólo es que te prestan atención; y que tienes cosas que decir que vale la pena escuchar.
Cuando te quieras bien, como corresponde, todo será más sencillo, porque no pondrás en las manos de otra persona tus probabilidades de felicidad.
Por eso, tengas o no pareja actualmente, con la edad y el físico que sea, empieza a enamorarte de ti mismo para sentir que todo va un poco mejor.

Fotografías de Pixabay.
¡Hasta el próximo Post!
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Una gran verdad! Vivimos sujetos a como nos ven los ojos de los demás cuando deberíamos dar prioridad a los nuestros. Gustemonos más, muy buen consejo.
Si nos gustamos, además, gustaremos. La seguridad es la mejor cualidad pero hay que ponerla en práctica.
Querida Elena, lo ideal sería nacer en la vejez e ir descumpliendo años. Ya que nuestra sociedad está abocada a ir desechando a las personas por sus años, físico o aptitudes, quizás si naciéramos viejecitos apreciaríamos más cada momento y no le daríamos importancia a banalidades y a los cánones que nos vienen impuestos por la sociedad, ya se sabe que sabe más el diablo por viejo que por diablo. Tus reflexiones, como siempre acertadísimas, no dejes de hacerlo,
Exacto, deberiamos hacer un Benjamín Button mental. 😉 Sí, lo que aprendemos con los años nos da vida, aunque el envoltorio no sea el mismo de la juventud, pero a veces en lugar de querernos más nos machacamos. Error. La cura es el «autoamor» que solo depende de uno mismo.