El poder oculto

Ese verano, caluroso hasta el exceso, viajó al norte para reencontrarse con un estío más verde y fresco gracias a las bondades de temperaturas más suaves; e incluso, por qué no, con la gratificación de lloviznas inesperadas que, de tanto en tanto, revitalizaban los campos y a los seres, humanos o no, que habitaban en la zona.

Había escogido para pasar sus vacaciones una casita encantadora, de esas que tientan desde un Airbnb bien recomendado, tan cuidada como un niño querido y que, a buen seguro, daba sobrados dividendos a su propietario.

La casa era antigua pero remodelada con las comodidades necesarias, sus suelos de tarima crujían en algún punto recordando que, aunque restaurados, venían de muy atrás. Sus paredes delicadas en el interior, por fuera eran de piedra y hacían resaltar los colores de la naturaleza, invitando a disfrutar en ese lugar que, aunque fuera de paso, se respiraba hogareño.

Además, ese viaje tenía una connotación especial, casi de liberación, ya que por primera vez en su vida viajaba sola, dispuesta a soltar demasiadas etiquetas que a lo largo de los años habían condicionando las creencias sobre sí misma.

La habían tildado de frágil pero también de superficial, en ocasiones de fría y otras de inconsciente.

Y puede que hubiera pecado un poco de cada cosa, pero ella sabía que no era tan simple: sus momentos más rudos solían ocultar una coraza, la fragilidad un exceso de empatía o sensibilidad; la superficialidad un mero escapismo salvador o la inconsciencia una manera de evadirse de algún problema sin solución. Y no, no era imposible parecer una cosa y la contraria, o ambas a la vez, porque la etiqueta variaba según quien se la ponía, porque ese alguien se quedaba en lo que ella permitía ver al mundo, cuando en realidad, nunca un solo adjetivo describía a nadie.

Así que con tiempo para descansar y experimentar, tiempo para pensar y para no pensar, tiempo para soltar lastre, estaba decidida a hacer de esas vacaciones un reseteo mental.

Cada día elegía libremente, o bien hacía alguna actividad interesante o tan solo disfrutaba de la bonita casa y su entorno, que era una delicia.

>> La naturaleza es sanadora -se decía a sí misma-, me limpia y me recarga con nuevas energías.

Buscó en internet lo más peculiar para visitar en la zona. Rutas llenas de encanto, edificaciones antiguas semiderruídas, que hablaban de tiempos remotos y hacían imaginar como se vivía en el pasado, tan en contraste con la actualidad.

En sus caminatas se solía encontrar con otros senderistas: familias de vacaciones, gente que iba sola como ella misma, e incluso habitantes del pequeño pueblo, que disfrutaban de sus tesoros.

Una mañana en uno de sus paseos, se encontró con una anciana sentada al fresco, frente a su casa. Tenía un jardín lleno de flores y puede que por curiosidad o tan solo aburrimiento, tras un breve saludo inició con ella una conversación, que acaso parecía un interrogatorio.

¿De dónde eres?, ¿estás de vacaciones?, ¿cuánto tiempo estarás por aquí?, ¿cómo es que viajas sola?… Llegó un punto en que le resultó molesta, porque la amable anciana se estaba transformando en la típica cotilla de pueblo que quiere saberlo todo de los demás. O esa era al menos su sensación.

>> Niña, ¿te estás molestando conmigo por mis preguntas?

Como si le leyera el pensamiento, pareció percatarse de su hartazgo, de cuánto le molestaba dar explicaciones a nadie, y menos a una extraña. Sorprendiéndola de nuevo, volvió a hablar con su media sonrisa como si su ceño fruncido le resultara gracioso.

>>No nos conocemos, lo sé, y no pretendía molestarte, ni tengo nada que hacer con lo que me cuentes, pero lo cierto es que quizá, no son mis preguntas ni las etiquetas o comentarios de los demás, lo que te duele, sino tu incapacidad para gestionar la importancia que le das a lo ajeno.

Asombrada por ese comentario casi de mentalista de la tele, no pudo evitar ponerse a reír.

>>¿Por qué ha mencionado lo de las etiquetas?

>>Niña, aunque eres joven tienes una mirada dolida y en tus vacaciones te has alejado del mundo y es evidente que no para vivir aventuras sino para estar sola contigo misma. Necesitas descubrirte y el silencio ayuda pero, recuerda que valorarte a ti misma y quererte tal y como eres, con tus complejidades (la de cualquier ser humano), no va de no escuchar al resto o esconderse del mundo -aunque en ocasiones vaya bien- sino de que tu voz interior sea más fuerte que la de los demás. Ese poder lo tenemos todos en nuestro interior, pero hay que permitirlo aflorar.

Al igual que la energía de la naturaleza se sentía en el ambiente, la verdad de sus palabras fueron un perfecto broche para esos días desconexión.

Entender que no es lo mismo el descanso que la huida, el silencio que la verdad, ni el beneplácito ajeno que la seguridad y la autoestima, resultaba básico para vivir mejor.

Nadie podía juzgarla porque en toda persona hay cualidades y faltas. La imperfección es en lo que todos coincidimos, así que lo único que tenía que hacer era vivir según sus valores y a quién no le gustaran sus elecciones o su forma de ser, el conflicto residía en su propia mirada.

Todos tenemos un poder oculto, o más de uno. Dejemos aflorar nuestra fuerza y seamos lo más felices posible.

Hacía tiempo que no publicaba nada en el blog, porque el tiempo libre y la creatividad no siempre coinciden pero no pierdo la esperanza en conseguirlo porque, yo también tengo mis poderes. Aparte de ello, quiero dedicarle este cuento a otra mujer poderosa:

Querida Mensi: espero que todo se solucione y te mando muchos abrazos y energía. ¡No olvides nunca la gran fortaleza que reside en ti!

Fotografías imagen 2 casita de QK – Imagen 2 sala de estar Jill Wellington – Imagen 3 ventana de piedra de Efraimstochter – Imagen 4 señora mayor e imagen 5 casitas de pájaros, ambas de Brenkee – Imagen 6 bola de cristal Annca a través de Pixabay.

Ilustraciones Elena Tur.

¡¡Hasta el próximo Post!!

Elena Tur

6 comentarios en «El poder oculto»

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